Por Ornella Ordoñez
Wayren se encuentra en lo alto de la torre de piedra. Sí, exactamente, la torre central. Su cabello despeinado interrumpe la vista del gran paisaje que tiene a su alrededor. Es invierno, y el aire fresco recorre sus mejillas suaves y pálidas. Levanta la cabeza y respira profundamente; huele a verde. Se aproxima a la baranda y se apoya sobre las frías rocas, cubiertas de musgo.
¿Cuándo fue la última vez que pude soñar con atravesar el morro?
Lentamente, se escuchan varios pasos aproximándose. Se siente la presencia de personas, todas en dirección al horizonte; se acercan a él.
Hay tensión y expectativa, pero nadie habla.
Presiente lo que va a acontecer. Sus compañeros están allí por el mismo motivo que él: quieren atravesar el morro. La torre fue desde siempre, y continúa siéndolo, el punto de encuentro donde habita el secreto y los sueños cobran vida. Desde allí se puede ver todo el sitio: las inmensas rocas que lo rodean, la grama verde infinita y aquella neblina eterna.
Noah se aproxima; tiene los ojos vidriosos.
—Vamos a hacerlo esta noche.
Lo dice con voz temblorosa, pero con certeza.
Tiene miedo.
—Los veo a las diez en el cruce del puente de madera. Lleven lámparas.
La última vez que crucé el puente tenía siete años. Ojalá pudiese recordar lo que sentí del otro lado. Solo recuerdo el enojo de mi padre al buscarme. Pero esta vez será distinto. Somos grandes y estamos decididos.
Wayren se encaminó hacia la escalera. Apoyó el pie en el primer escalón; la madera húmeda le dio la sensación de que quedaba poco tiempo.
Este sitio es absurdo. ¿Quién soy? ¿Por qué nos prohíben atravesar el morro? Tengo certeza de que siempre estuvo ahí y de que muchas personas, a escondidas, han ido hacia el otro lado. Quiero ser libre. Quiero poder elegir.
Son pasadas las 9; el frío es abismal. Se siente el agua cristalizada debajo de los zapatos y el vapor saliendo de las exhalaciones. No hay nadie en la calle; está oscuro. Wayren se apresura, siendo lo más silencioso posible. Lleva consigo la lámpara de su abuela, va iluminando el camino y dejando su sombra al pasar. Está cerca. A lo lejos ve el tumulto de personas cruzando el puente. Se acelera.
No puedo creer que va a pasar.
Casi corriendo, Wayren sube al puente. Siente la adrenalina, la lámpara columpiándose abruptamente de lado, el viento en su rostro. Huele a libertad. Todo pasa tan rápido.
El sonido de un vidrio estallando en el piso me despierta. El corazón me palpita fuerte. Abro los ojos; es de día. El sol entra por las rejillas de la ventana. Agarro el celular: son las 10 a. m. Me he quedado dormida, otra vez.