Elaísa

Por Zulema Alanes

El 18 de septiembre de 2024 amaneció con la noticia de que “Más de 10 millones de animales murieron por los incendios forestales en Bolivia”. Por unos instantes, Elaísa pensó que era un mal sueño, una pesadilla, pero un calor intenso que recorrió todo su cuerpo la despertó y, ante sus ojos, la pantalla de su televisor se llenaba con las imágenes de la devastación: mamíferos, aves, anfibios y reptiles chamuscados, miles de miles de árboles calcinados y, de fondo, la voz de un científico que advertía sobre una reducción importante en las reservas de agua y, con base en estudios científicos, proyectaba que en 2050 las tierras bajas de Bolivia se quedarían sin bosques, algo así como el desierto del Sahara.  

Ese día, Elaísa decidió dar sentido a su nombre, formado por el prefijo Ēl que encarna al “poderoso» y el verbo Ysa que significa «salvar» o «ayudar». Y de nada más pronunciarlo, una fuerza extraña se apropiaba de su mente y le impulsaba a revertir la devastación. En los boques quemados, sobre las cenizas de capibaras, serpientes, tigrecillos, monos capuchinos, osos hormigueros, lagartos y reptiles y bajo la sombra de contados árboles en pie, se dijo a sí misma que hasta la tristeza es llevadera si existe un propósito mayor y por eso juró enfrentar a los monstruos depredadores y pirómanos.

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El calendario marca el 2050 y en un mundo donde la frontera entre tecnología y naturaleza ha cambiado las dinámicas de la vida, Elaísa emerge como una figura emblemática del movimiento antiespecista. A sus 49 años, esta mujer de 1,50 metros de estatura y contextura delgada se mueve con la gracia y la precisión de una pantera. Sus gestos calculados y fluidos evocan una conexión profunda con la naturaleza, una habilidad que ha cultivado a lo largo de décadas de compromiso con el respeto hacia todas las formas de vida. 

Elaísa no es solo una activista; es un símbolo viviente de un mundo en constante lucha por reconciliar la coexistencia entre humanos y otras especies. Lidera un movimiento que no solo rechaza la explotación animal sino que también promueve un cambio radical en la forma en que la humanidad percibe su relación con el entorno y los seres que lo habitan. 

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26 años después, Elaísa vive en un mundo donde las megaciudades han absorbido gran parte del espacio rural, transformando los ecosistemas naturales en vastas zonas urbanizadas. Sin embargo, gracias a su tesón algunas regiones han sido protegidas bajo estrictas leyes de conservación biológica, donde las especies animales y vegetales coexisten en sus espacios naturales. En este contexto, persisten desafíos que no son solo físicos, sino también ideológicos.

El futuro que imaginó aún no ha llegado, la discriminación por especie sigue siendo un fenómeno persistente, disfrazado bajo términos de «utilidad económica» y «necesidad alimentaria». El agronegocio sigue su avance. Aunque la tecnología ha reducido drásticamente el uso de animales para consumo, muchos grupos tradicionales e industriales insisten en preservar la explotación animal como símbolo de identidad cultural o simple conveniencia económica. Elaísa desafía estas narrativas con una mezcla de acción política y una ética que conecta la lucha antiespecista con otros movimientos sociales.

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Elaísa entiende que la lucha antiespecista no puede desvincularse de otras formas de opresión. En 2024, cuando sintió el llamado de la naturaleza,  se unió a colectivos feministas y veganos, comprendiendo que las dinámicas de explotación hacia los animales no humanos comparten raíces similares con las opresiones de género, raza y clase. Para ella, el patriarcado y el especismo son sistemas interrelacionados que perpetúan el dominio y la violencia.

Por más de dos décadas, desarrolló alianzas estratégicas con movimientos ambientalistas, feministas y defensores de los derechos humanos. Su discurso, afilado pero inclusivo, establece paralelismos entre la lucha de las mujeres por la autonomía de sus cuerpos y el derecho de los animales no humanos a no ser explotados. Esto le ha permitido atraer un público amplio, pero también le ha generado críticas, especialmente de aquellos que creen que las luchas por los derechos humanos deberían priorizarse por encima de las no humanas.

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A pesar de los avances tecnológicos que han llevado a la humanidad a crear carne cultivada en laboratorios y materiales sintéticos alternativos, las estructuras sociales y económicas aún presentan resistencias profundas.

Elaísa enfrenta desafíos ideológicos significativos. Muchos sectores acusan al movimiento antiespecista de ser «anti-humanista», argumentando que sus ideales desvían la atención de problemas humanos urgentes como la pobreza y la desigualdad. Elaísa combate estas críticas con un enfoque interseccional, destacando cómo el especismo y la explotación ambiental están profundamente entrelazados con las dinámicas de poder que perpetúan otras formas de opresión.

Además, el progreso tecnológico ha traído dilemas éticos que Elaísa debe afrontar. Por ejemplo, aunque los alimentos sintéticos han reducido la dependencia de la agricultura animal, su producción está controlada por corporaciones gigantescas que priorizan el lucro sobre la accesibilidad y la sostenibilidad. Elaísa lucha para democratizar estas tecnologías, promoviendo un modelo de acceso justo y sostenible que no repita las dinámicas de exclusión del pasado. 

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Lo que distingue a Elaísa como líder es su enfoque profundamente empático. Su capacidad para conectar con personas de diferentes ideologías le ha permitido construir puentes donde antes solo había divisiones. Su hogar, ubicado en una pequeña ecoaldea que funciona completamente fuera de los sistemas tradicionales de consumo, es un centro de aprendizaje y activismo. Allí, organiza talleres sobre comunicación interespecies, sustentabilidad y desobediencia civil pacífica, atrayendo a personas de todas las edades que comparten su visión de una coexistencia más justa.

Elaísa no solo aboga por cambios individuales, como la adopción de dietas veganas, sino que trabaja incansablemente para transformar las estructuras sistémicas que perpetúan la explotación animal. A través de su activismo político, ha impulsado leyes que reconocen a los animales no humanos como sujetos de derechos, un concepto que aún encuentra resistencia en muchos sectores, pero que está ganando terreno gracias a su liderazgo.

Uno de los mayores desafíos que enfrenta es la resistencia de las corporaciones agroindustriales y tecnológicas, que invierten millones en campañas de desinformación para desacreditar el movimiento. A pesar de esto, su estrategia se basa en la transparencia y la ciencia, colaborando con investigadores para demostrar que una sociedad antiespecista no solo es ética, sino también viable y beneficiosa para el planeta.

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La conexión de Elaísa con otras especies no se limita al ámbito teórico. En los últimos 26 años, ha potenciado su especial sensibilidad hacia los animales, adoptando prácticas de comunicación interespecies basadas en la observación, el respeto y la intuición. Esto ha inspirado a otros a reconsiderar la relación humano-animal, alejándose de una perspectiva de dominación hacia una de colaboración.

En su futuro, los avances tecnológicos han permitido la creación de dispositivos que amplifican la capacidad humana para comprender las emociones y necesidades de otras especies. Elaísa utiliza estas herramientas para facilitar interacciones más significativas entre humanos y animales, cultivando la empatía natural.

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A sus 49 años, Elaísa irradia vitalidad y determinación. Sus movimientos ágiles y seguros reflejan una vida dedicada al aprendizaje y la acción. Aunque ha logrado avances significativos, sabe que el camino hacia una sociedad verdaderamente inclusiva para todas las especies es largo. Sin embargo, no se desalienta; por el contrario, ve cada obstáculo como una oportunidad para inspirar a otros.

Elaísa no busca ser recordada como una heroína, sino como la “oveja negra” que busca caminos de liberación, en contravía de los caminos marcados por las tradiciones y por historias repetitivas que frustran a generaciones enteras.  Se siente cómoda entre las ovejas negras que no se adaptan y que son parte de un colectivo global que trabaja incansablemente por un futuro más justo. Para ella, el éxito no se mide en victorias individuales, sino en el cambio cultural que permita a las futuras generaciones vivir en armonía con el resto de los seres vivos. Por el momento, ha logrado que el pronóstico de los científicos no se cumpla: las tierras bajas de Bolivia recuperan sus áreas boscosas y están lejos de ser un desierto.  

 
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