Sebasti@n

Por Tania Quiroz

Podría ser mi niet@, pero no lo es. Mis hijos a tanta insistencia no tuvieron descendencia. Porque en 2025, la vida ya era difícil para tod@s. Pero para algun@s fue mucho peor, con genocidios sin fin y en un silencio inhumano: Palestina, el Líbano, el Congo, Sudán, Armenia, Ucrania, Siria y en la misma categoría podríamos seguir nombrando una lista de países en los que la vida no importa para nada, sea de niñas, niños, mujeres, adult@s mayores, discapacitad@s.

Quizás “humanidad” es una palabra muy grande para hombres y mujeres en el siglo XXI. Seguimos siendo inhuman@s ante el sufrimiento del otro, en especial de la otra, que cada año registra en número cientos de miles de muertas en el mundo, tal cual un genocidio de un pueblo, no importa la edad, la clase, la etnia, la religión, los feminicidios son el pan de cada día.

La armadura
Sebas tiene una mirada dulce cuando no tiene que mostrarse fuerte. Aprendió de su abuela, su madre, a ponerse una armadura para sobrevivir en el mundo machista y patriarcal que pensábamos que se derrumbaba en el siglo XXI.

Cuando tiene que enfrentarse en la calle ante una injusticia, pareciera que nada ni nadie es capaz de imponerle su orden, castigo, o simplemente la mirada descalificadora, que te dice: “Estás fuera de lo normal, qué te pasa, contrólate o lo hacemos nosotros”.

En todo caso, no le importa, no tiene miedo, se pone del lado de la otra/ otro/otre vulnerable en la calle, en la plaza, en el bus, hasta en la casa del vecino o vecina, que está agrediendo a una niña/niño. No soporta la indiferencia cómplice de la injusticia y el abuso de la sociedad o la dictadura empresarial fascista que gobierna.

El pasamontaña
En las movilizaciones los colores resaltan en su atuendo, se pone su pasamontaña, no porque quiera el anonimato, sino porque siente el miedo de otras/otres/otros que sí lo necesitan, porque aún no tienen una armadura que les proteja de su entorno, es más, están luchando porque aún quieren vivir un día más, siendo, decidiendo lo que quieren y sueñan para su presente y futuro.

Entonces se pone en ese lugar incómodo del miedo, para que tod@s sean libres en la acción que realicen: el grafiteo, la marcha, la vigilia por las masacres cotidianas, ya sea porque eres gay o lesbiana, trans, puta, desempleada, migrante, pobre o simplemente porque decidiste salir de noche.

El tatuaje en mi piel
Un día Sebas dejó descubierta su espalda. La mariposa grabada en su piel del lado derecho mostraba la sombra, tristeza, que quizás cargaba, en cambio del lado izquierdo, los colores tan vivos y luminosos daban la impresión que este hermoso ser estaba vivo, pero no podía volar porque se necesita de alas.
Sebas en su día a día era también así, mostraba esas luces y sombras, se ocultaba en ambas ocasiones, porque muchas veces había causado estragos en ambos estados a quienes se acercaban o eran parte de su vida.

Convivía con la ansiedad de hacer y la depresión de no hacer nada, creo que ya nos sucedía a millones a principios del siglo XXI, la bendita pandemia y la deshumanización posterior nos cambiaron o se cayeron nuestras máscaras de descolonización, despatriarcalización, de vivir bien en armonía con la naturaleza, con la Pachamama.

Octubre de 2024
Era el mes que nos recuerda cómo se inició un tiempo deshumanizado y hostil en el siglo XXI, porque se instaló el genocidio del pueblo palestino como algo irreversible, como la consecuencia de enfrentarse a las decisiones de las grandes potencias y de uno de los Estados más impune que ha tenido la historia en el siglo XX y ahora el siglo XXI, Israel.

Sebas, era militante de muchas causas, una de ellas, la causa Palestina, que en su vida se convirtió en la principal, porque mucha gente había preferido dejar de mirar para ese territorio devastado, destruido, eliminado del mapa con fines de neocolonización de territorios y la sobrevivencia del capitalismo mundial. Fue la vergüenza de la institucionalidad de defensa de los “derechos humanos”, que claramente no habían sido para todos, todas, todes.

El ocaso de la resistencia
Millones de personas gritando ¡basta, que se ponga fin al genocidio ya!, son sólo recuerdos que se van borrando en la memoria, porque la crisis después de la pandemia del 2020, nos dejó como aprendizaje que es mejor quedarte en casa, protegerte del otro, porque puede contagiarte. Es increíble cómo nos domesticaron las instituciones, el sistema que nos gobierna, que privilegia el “yo” frente al “nosotros”, para que se salve quien pueda. Ahora son muy pocos quienes se atreven a decir algo, y esos pocos están registrados a nivel global, si quieren existir deben borrar su historia y la de sus ancestras, ancestros. El control de quien eres, quien fuiste, qué haces, qué piensas, hace que sean peligrosas las utopías, tus recuerdos, tus sueños y deseos frente al mundo que se vive en el 2050.

La muñeca
El día que vaciaron su casa, solo una maleta descubrió sus secretos. Tenía dentro muchos recuerdos de su infancia, adolescencia, su juventud, momentos de su vida, de las personas que amó y amaba.
Guardados como tesoros en una maleta, posiblemente para que cuando tuviera que irse de viaje o para siempre, sea lo más importante para llevar. No pudo hacerlo, no le dio tiempo. Ahora servía para que descubrieran más de su vida, sus sentimientos. Tirados como basura en el suelo, solo importaban en la medida que delataban sus miedos, sus dolores y también sus esperanzas. Entre ellos, había una muñeca de tela, bordada a mano, que fue despedazada para encontrar dentro una pista para la cacería.

No importa si fuiste mujer o varón, eres vulnerable
En cualquier lugar del mundo desde que naces, la primera clasificación es si eres mujer o varón, en el siglo XX una luz azul se prendía para felicidad de unos y roja, rosada si era mujer para la resignación de otros, parece que desde que nacemos ya venimos marcad@s por la buena o mala suerte. Por eso, cuantas mujeres no quieren ser clasificadas por el sistema sexo-género se rebelan a los mandatos, son ingobernables, porque ser varón trae muchos más privilegios, en cambio ser mujer, determina tu lugar en la familia, la sociedad.

Sebas huyó de esta condena, luchó cada día por no ser encarcelada, ni limitada por estas imposiciones en su vida y llegó un día que pudo volar.

Algunas cuentan que la vieron cerca de un río bañándose, la reconocieron porque vieron su tatuaje, pintado de colores que ya tenía dos alas brillantes, luminosas. Otras dicen que escucharon su voz fuerte y decidida en una Asamblea. La mayoría la tiene presente en la memoria, recordándoles que la rebeldía tiene un precio muy alto, pero que ese precio, si no se hace algo, será imposible para quienes vengan después de nosotras.

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